domingo, 20 de marzo de 2011

Pequeños frascos

Es cierto, no recuerdo casi nada. Gritos, llantos. Ira, odio. Juraría que tan solo recuerdo una o dos voces de aquellos que compartían ese duro momento, y la verdad es que tan solo la cara de aquella que asentaba el asiento de mi derecha. Una mujer de color, con ojos muy negros y los dietes muy blancos. Recuerdo también la finalidad de su piel; es cierto y curioso, por un mínimo roce pude notar lo fina que era su piel y lo sensible que podría llegar a ser. Su cabello negro de grandes dimensiones ocupaba toda su banda izquierda y incrementaba mi comodidad, ya que lo utilizaba como un falso cabezal. Tras recapacitar, deduzco que no recordar nada no es fruto de una mala memoria, ya que pase la mayor parte del viaje soñando.

Yo entonces tenía treinta y cuatro años. Lucia una espectacular melena rubia, y sin embargo por el calor, decidía aplastarse contra mi frente pareciéndose a un cabello sucio y a veces incluso repugnante. No era tan larga como la deseaba, es cierto que a veces incluso soñaba balancearla de izquierda a derecha bajo el ritmo de mis pasos, pero también es cierto que yo era un adulto hecho y derecho y de momento, no es muy común. Sin embargo, había visto a millones de padres musculosos con melenas rubias apoderando el mundo con sus bellas damas también con melenas rubias.

Notaba una breve pero gorda gota caer sobre mi cara, recorría alrededor de la nariz y se desintegraba en el bigote. Es cierto, era una simple gota producida por el sudor, por el miedo, y por las lágrimas, pero lo recuerdo mucho más y con mucha más fuerza. Como si esa gota hubiera tenido sentimientos, o incluso vida propia. También notaba los millones y millones de granitos de arena clavándose en mi espalda uno tras otro, uno con mucha más fuerza que el anterior, con más y más presión y precisión; de la cabeza hasta el ultimo centímetro del dedo del pie. Levante muy lentamente la espalda diez centímetro de la arena y tan solo pude observar un cielo apoderado de peces. Un cielo totalmente transparente, donde se podía observar reflejado el sol en sus grandes dimensiones y donde se podían apreciar cada uno de sus rayos. Me levanté, aun más lentamente que antes por lo impresionado que estaba. Recuerdo haberme preguntado a mi mismo donde estaba y porque estaba allí. Que hacia ese hedor a mar y arena reinado la atmósfera.

Aumento mi ira y mi odio, produciendo llantos y más y más gritos. Así pude recordar vagamente todo lo que sucedió. Recorrí mis ojos de izquierda a derecha como si allí se encontrara la verdadera solución, o por lo menos una respuesta. Fije mis ojos a algunos de los árboles del fondo y recordé la explosión. Miré el mar y recordé el avión volando libre sobre el cielo. En la arena, la suciedad, la maldad y la desorientación. Pero en cambio, los pájaros volando incrementaban mi libertad.

Me dispuse a recorrer la orilla con el fin de encontrar algún sobreviviente. Mi posición no era la correcta para investigar, por culpa del accidente mis andares no eran los habituales; no podía flexionar demasiado las rodillas. El brazo me dolía muchísimo y me sangraba casi toda la cara. Mi vestimenta era realmente sucia; había perdido los zapatos, iba sin camiseta y los pantalones estaban totalmente destrozados. Os lo aseguro, si alguien se me hubiera acercado se habrían caído desmayado, juraría que olía como dos años en la calle. Mi cuerpo poseía una mezcla totalmente asquerosa; las tripas de pescado reinaban el hedor acompañado por el simple olor a barcos viejos y oxidados y de animales totalmente descontrolados y salvajes. Una posesión que mi cuerpo habría rechazado de inmediato. En cambio, la extensa forestación y el salvaje cielo apoderado por peces me rodeaban. Por ambos lados me hechizaba el hedor de millones de perfecciones juntas. Una mezcla jamás conquistada, ni el mismísimo Jean-Baptiste Grenouille podría poseer tal fragancia, ni dentro de un inmenso frasco. En cambio, aquí a la luz y al olfato de todos, yo soy el único que lo percibo. Me senté y observé tres o cuatro pájaros, pude percatar la libertad que producían, y me pregunté que si era yo el único que vagaba por esta atmósfera reinada simplemente por ese olor. ¿Acaso poseo el olfato más fino del mundo, acaso he vuelto a nacer entre famosas tripas de pescado o es que soy el único que se encuentra rodeado de ese salvaje cielo raramente apoderado de peces? ¿Seré jo aquel al que llaman afortunado? No llegué a contestar nada, simplemente me dormí. Al dormirme no deje ni un momento de entender ese olor, de escucharlo y de sentirlo. También es cierto que el ruido que producía una simple hoja cayendo de lo alto de los árboles, me conquistaba. Una sencilla canción del pajarillo aprendiz, el misterioso alboroto de los salvajes animales, lo terrorífico que se presentaba el sonido de las olas en un mar que me rodeaba. Es extraño, pero todo aquello me hechizaba.

Al fin me despertaron. Os lo aseguro, si no, no me hubiera despertado nunca. Abrí los ojos lo más rápido que pude por el miedo de que algo más grande y más fuerte que yo pudiera atacarme, con fines de matarme. Es cierto, me dormí soñando encontrar aquellos animales que me rodeaban, aquellos que chillaban y producían tanto alboroto. Jugar con ellos, y quien sabe ser uno de ellos. Pero también es cierto, que deseamos incluso más de que lo que nosotros mismos queremos poseer. Tenía frente a mis ojos un orangután enorme. Su cuerpo se rodeaba de pelo negro. Sus brazos eran larguísimos, y sus dedos gordos y arrugados. Me acaricio el pelo para despertarme. Su boca también era grande y ocupaba la mayor parte de la cara. En ese mismo momento, despierto, soñé que podría absorberme como si de una simple fruta se tratara. La abrió numerosas veces para gritar, pude observar sus dientes amarillentos y sucios.
Pude correr y gritar, pero no lo hice. Me quedé inmóvil delante de aquel monstruo, como si pretendiera ahuyentar a una simple abeja. A veces es cierto que el silencio vale más que mil palabras, vale más que huir, que es incluso más valiente y a la vez más difícil. Fue como un espejo, aquel que le llaman nuestro antepasado, se quedo idénticamente igual que yo, inmóvil. Ni grito, ni chillo. Algo que es difícil para ellos. Deslizo su mano y la coloco delante de mí para que pudiera levantarme. Yo no rechace tal ayuda y me dispuse a investigar con él.

El orangután estaba asustado. Presentí su miedo por su forma de caminar mucho más rápida que lo habitual. Temblaba muchísimo, y no paraba de gritar. Algo había pasado, pero tan solo él lo sabia, era evidente que me iba a llevar allí donde tanto le asustaba, pero también es cierto que a mi cuerpo le reinaba el miedo y quien sabe si al verlo echaría a correr como un cobarde. Tenia a un gran orangután cogido de la mano, podría él ser el reí de toda la selva. Tenia el reí de la selva cogido de la mano. Me desplaza entre árbol y árbol. De mientras, los aromas, el susurro de las simples hojas, me hechizaban. Volví a recordar el aroma de aquella playa, del mar, o simplemente de un granito de arena. Cada granito de arena tenía un aroma diferente. Cada fruta, un sabor diferente y una peculiaridad diferente. Cada animal con su peculiar ruido y su indiscutible forma. Con sus garras, con su pico, con su agresividad o con su cariño. El vuelvo de cada uno de los pájaros era diferente de cómo me lo imaginaba del mundo exterior, es posible incluso que volaran con más libertad y más armonía. Y que incluso los colores fueran más vivos y más relucientes. Como si todo allí, estuviera mejor que en el mundo exterior.

Cada vez que nos acercábamos al lugar, su miedo aumentaba. Es cierto que el mío también. Encorvo su cuerpo escondiéndolo entre los arbustos. Aunque yo fuera de una raza más evolucionada, hice lo mismo que él. Deslizo su arrugado dedo señalándome el lugar. Era un enorme castillo. Os lo digo enserio, un castillo en medio de la selva. El castillo se rodeaba de una muralla larguísima vigilada por cinco hombres trajeados y armados. Al fondo se podía observar la maldad de aquellos hombres y de aquel castillo. Grandes y malignos árboles sin hojas incrementaban mi miedo, el misterioso sonido de animales pidiendo ayuda. Todo era realmente extraño. Todo era muy misterioso para mí. Es cierto que aquí poseía una libertad inmensa, podía vagar y quien sabe si transformar mi felicidad y mi diversión en algo inmenso e infinito. Que los árboles, las hojas, los animales, la lluvia, todo aquello podía crear una felicidad inmensa tan solo para mi. El mar podría cuidarla y extenderla por este cielo.

Pude observar que los hombres de seguridad tan solo eran fruto de mi imaginación. El animal ya no me acompañaba y me dispuse a entrar en aquel maligno castillo. Abrí la puerta lo más lentamente que pude, el susurro de ella hizo más misteriosa la escena, es cierto que por segundos dejo de correr sangre por mis venas. Investigué la zona con el fin de encontrar numerosos experimentos con diferentes animales, una especie de laboratorio, con locos científicos y extraños mayordomos. En cambio, tan solo el aroma de maldad, semejante al del mundo exterior, reinaba la zona. Entonces, a cinco minutos de decidir marcharme, pude observar algo majestuoso. Se trataba de una especie de barco. Un barco construido a mano. No carecía de nada importante, es cierto aquel barco podría enviarme al mundo exterior en tan solo pocos días. Me acerque asombrado, al tócalo, como si hubiera activado cualquier alarma, apareció la mujer del avión. Me acorde de ella de inmediato. Seguía con aquel majestuoso pelo largo y negro. Lo recordé todo, pude dormirme gracias a la comodidad de cada una de las puntas de su cabello. Cada punta era más fina y simple que la anterior, lisa, curvada, me exaltaba. Lo recuerdo; su cabello conseguía captar casi toda luz del Sol, recorría la curva y llegaba al final, como si estuviera al filo de un precipicio, pero en cambio no tenia medio, la luz saltaba y llegaba a mis ojos. Recorriendo todos mis sentidos y haciéndolos incluso más perfectos, me podía incluso perfeccionar, os lo aseguro. Con tan solo una mirada producía una tranquilidad inmensa, la mejor táctica soñada de un psicólogo. Ellos investigan lo mejor para que el paciente se tranquilice delante de alguna situación de riesgo, para que le pueda transmitir al paciente una armonía de tranquilidad con el fin de que llegue a una confesión de todos sus males y temores, es eso exactamente lo que podía manejar de mi con tantísima facilidad. Es raro, pero creedme, apenas la conocía.

Quiso hacer la distancia entre nosotros más corta. Se acerco a mí con la mínima timidez posible. Lo conté, me guiño el ojo cinco veces. Con esto pude deducir que se acordaba de mi, pero en cambio que necesitaba algo que yo tenia o quería algo que podría poseer. Entonces la distancia era bastante escasa, el olor a hojas, a animales, a lluvia, a mar, a pescado e incluso la imagen del barco se habían desaparecido. Su aroma reinaba la zona, pero no tan solo aquello pudo enamorarme, en segundos pude escuchar su voz. No lo recuerdo, su aroma se pudo utilizarse como anestésico, los ojos se me caían y casi ni prestaba atención. Pudo explicarme todo lo que sucedió, donde fue, como sobrevivió, y sus extrañas aventuras, recuerdo, que me enseño hasta el ultimo detalle del barco que construyo con ayuda de diferentes compañeros de vuelo, por lastima, ya fallecidos. Pero hubo algo que realmente recuerdo que me llamo muchísimo la atención, decidió embarcar rumbo a América, pero era extraño porque no sabíamos ninguno de los dos donde nos encontrábamos y ni mucho menos teníamos experiencia necesaria como para controlar un barco y que llegue sano y salvo a América, pero sin embargo, ella estaba estúpidamente convencida que podía y quería realizar el viaje. Cabe una mínima posibilidad, minúscula, de que el barco llegue a costa, pero también es cierto que vivo donde quiero vivir. Todo podría mejorar. Podría haber amor a caudales cayendo del cielo, y nosotros esperándolo con los brazos abiertos, ¿os lo imagináis?, o incluso dinero, felicidad y diversión para todos. Y te aseguro que es esto lo que esperaba encontrar ella en América. En cambio, todo aquello creo que tan solo existe en mínimas cantidades. Pero no lo negare, aquí en esta selva, veo como el amor, la felicidad y la diversión caen del cielo. Puedo pasarme noches enteras en una fría y asquerosa cueva esperando que amanezca, que me seguirá enamorando incluso las goteras que me humedecen la cabeza. He llegado a no temer el sonido de un misterioso lobo feroz, sino de familiarizarlo con un simple susurro rozándome la oreja representando unas buenas noches. Llevo dos meses aquí, y no poseo mis mayores placeres, y ni mucho menos he pensado en crearlos.

Me fui de aquel castillo y me dormí en la mejor cueva de toda la selva, la mía. Evidentemente no era un castillo. Pero tenía sus perfecciones, diseñadas simplemente por mí y para mí. En la entrada podías observar una hermosa bandera con dos grandes espadas reinado en centro de la tela. Aquella cueva estaba al lado de la playa pero en cambio, al entrar, olía raramente a un extraño perfume, aquel perfume que podía calificarse como sobrecogedor. Yo dormía en su sucio suelo.

Al día siguiente quede con ella, fui hasta el castillo con mi amigo Orangután, pero él se quedo fuera, son nuestros antepasados y aun hay gente que no confía en ellos. Llegué hacia donde ella se encontraba y la observé limpiando y arreglando algunas partes del barco que ella apodaba como lo que le iba a salvar la vida. Tenia unas ganas inmensas de salir y de huir de toda esta felicidad que tanto desconocía y que yo tanto amaba. Volvió a hacer lo mismo que antes, se acerco a mí con aires de seducción y me ordeno, por así decirlo, que por favor me fuera con ella. Deduje que sentía lo mismo que yo, en poquísimo tiempo, incluso en el avión se le habían creado unos extraños sentimientos hacia mi. Me confeso que vio, incluso el recorrido de mis ojos en el aire, estrellas delimitaban el camino, un aroma seducía a todo lo que su cuerpo pertenecía, hasta lo mas insignificante se caía rendido hacia a mi me dijo. Mi cabello, mi piel, menciono incluso mis pestañas, las denomino como simples, finas, curvadas, e incluso que representaban un color más fuerte que el negro. Es cierto, me dio incluso miedo, pero me rendí a sus pies. Los bese, os lo juro. Fue como besar a un bebe, hasta aquello lo tenia perfecto. Pero ocurrió algo muy extraño que aun no entiendo, supongo que fue porque llego a percatar aquel olor del que yo me había enamorado, de inmediato sintió el deseo inmenso de quedarse conmigo en la selva y en una acción de rebeldía destrozo el barco, aquel objeto era su única salvación y en segundos me demostró que en unos pequeños y escondidos frascos los dos juntos habíamos encontrado los mejores aromas, y que ellos solos, sin ninguna ayuda material habían llegado a producirnos una felicidad inmensa.

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