jueves, 6 de enero de 2011

Lo recuerdo todo.


La verdad es que me acuerdo perfectamente, ocupaba un asiento de la barra de uno de los mejores bares musicales de la zona. Pero en cambio, yo no disfrutaba si quiera, me recuerdo abandonándome en el fondo de mi vaso de whisky en una mano y mancillando mi esmoquin con la ceniza de un barato cigarrillo de la otra. Al fondo apareció ella como en una estúpida película de amor, con una sonrisa ardiente y con ganas de arrebatar corazones. Presté atención a cada uno de sus malditos pasos produciendo -no sé si por el alcohol- unos de los mejores sonidos contra el suelo, que sin saber muy porque se acercaban muy lentamente hacia el asiento de mi izquierda. Aún lo recuerdo todo. Como os imaginareis, le escoltaban millones de hombres sabuesos. Seguidamente, ordené a mis extremidades acabar con ellos -por el alcohol supongo, y por puros celos también, no os creáis que soy un estúpido borracho- acabaré lentamente uno tras otro, pensé, ya que mi estado no permitía más velocidad. De hecho, seguía mancillando mi esmoquin ya que nada de eso sucedió, mis extremidades burlaban a mi mente. No podía levantarme si quiera. Fortuitamente para mi ojos, observe que se marchaban, ni si quiera se atrevieron a entrar un solo pie en mi bar. Estas hecho todo un hombre, pensé. Me coloqué correctamente sobre el asiento, tome aire y eché una mirada misteriosa e intelectual a quien quisiera cogerla. Lamentablemente tan solo percibieron esa mirada los objetos también abandonados que habían en el bar; dos grandes cuadros de paisajes veraniegos con marcos de un oro espectacular dispuestos en las paredes, ceniceros oscuros, y mesas y sillas de madera también oscura, ya que ahí no había nada más que me prestara atención. Tragué lo último que me quedaba de whisky y arroje mi cigarrillo al suelo para que lo apagara yo mismo con la punta de mi zapato. Miraba a mi derecha lanzando sonrisas y miradas misteriosas e intelectuales, como si lo de la otra banda no me importara si quiera, como si mis sentidos no estuvieran organizados simplemente para escuchar y observar en una mirada camuflada sus movimientos, su voz y su flamante cabello, algo que había descubierto hacia pocos segundos. Observé, como si fuera un famoso detective lo que realizaba. Alzo la mano para pedir al hombre de camisa blanca, corbata elegante y lujoso esmoquin que se acercara a ella de inmediato. Pidió lo mismo que yo, y al cabo de pocos segundos sacó la misma marca de tabaco que yo. No éramos tan diferentes al fin y al cabo, en ese momento tan solo nos separaban un compartido y sin embargo, elegante silencio. No recuerdo muy bien cuanto tiempo permaneció el silencio reinando el bar, pero fue lo suficiente como para observar que no se intercambiaba palabra alguna, dejando que el leve y extenso susurro del televisor prevaleciera a cualquier otro sonido de la zona. No recuerdo lo que se emitía, pero no me importaba, sin embargo era una estúpida excusa para cambiar mis ojos de dirección y permanecerlos en la otra banda, donde ella ocupaba el asiento. Hasta que al final, a 10 minutos que se marchara, surgieron las palabras. Se me habían consumido las ganas de emborracharme y de disfrutar del alcohol, si os digo la verdad, estaba estúpidamente concentrado en lo que realmente me importaba, salir con ella en brazos -bueno, a lo mejor aun tenía un poco de alcohol corriendo por mis venas- eso me enloquecía e incrementaba mis ganas de apoderarme con el triunfo. Veréis, éramos unas tres personas -dejaremos en banda al elegante camarero- que hizo bien, por la conservación de su trabajo, no interrumpir la conversación-. Pensé, que la mujer ya había sufrido y observado como yo, a millones de impertinentes que alzaban sus ojos y todo que pudieran para observarla y quién sabe si conquistarla. Pero sin embargo fue ella quien desatando su curiosidad, se acerco un poquito más a mí y como os he dicho antes surgieron las palabras. Me comento las peores historias de amor, de amores abandonados y desechos que jamás os imaginareis. Escuchaba atentamente de mientras que los cubitos de hielo del fondo de mi vaso quedaban completamente desechos, pero sin embargo, el elegante camarero me lo lleno por última vez. Me bebí lo último que quedaba y salí con una radiante sonrisa en la cara. La verdad es que no salí completamente como imaginaba o como quería -con ella en brazos- pero aquello tan solo era fruto de imaginación. De hecho, salí de allí rebosante de alegría, y por supuesto ya no permanecían ni mi whisky, ni mi barato cigarrillo mancillando mi esmoquin y ni mucho menos, ocupando mis mano, ya por supuesto, la cogía ella.

Lo recuerdo todo. La verdad es que ha pasado muchísimo tiempo, demasiado para que aun me acuerde perfectamente, de hecho me marco bastante. Ya que ahí no había conocido ni una estúpida chica y ni mucho menos a una de engreída. La imagen que tuve de ella me fallo bastante.

1 comentario:

  1. Últimamente, a mi también me da por escribir sobre bares, sobre la bohemia, la nocturnidad, la nostalgia, el olor a humo y el alcohol.. leí este texto hace mucho tiempo cuando solía pasar por aquí, y me sigue gustando tanto o más que el primer día.. :)

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