martes, 18 de enero de 2011

Mi gran deseo

Yo entonces tenía catorce años. Lucia una espectacular melena rubia, y sin embargo por el calor, decidía aplastarse contra mi frente pareciéndose a un cabello sucio y a veces incluso repugnante. No era tan larga como la deseaba, es cierto que a veces incluso soñaba balancearla de izquierda a derecha bajo el ritmo de mis pasos, pero también es cierto que yo tan solo era un niño y eso, de momento no es muy común. Sin embargo, había visto a millones de chicos musculosos con melenas rubias apoderando el mundo con sus bellas damas también con melenas rubias.
De mientras que iba pensando en esto, contemplando y describiendo cada una de las musarañas que me encontraba por el camino, de pronto escuché la voz más dulce jamás escuchada, me era muy familiar y si os digo la verdad, fue como un susurro en la oreja, pero tan solo tuve unos pocos segundos para pensar y deduje que tan solo era fruto de mi imaginación. Al principio me sorprendí muchísimo pero de pronto vi que estaba a punto de caerme al rio.
- ¡Gracias, gracias! –grite-. De hecho tendría que haber gritado más, estaba muy lejos.
Me sorprendí aún más, estaba demasiado lejos como para verme. Apenas yo la veía. De mientras que se iba acercando a mí, en mi interior, mi cerebro la iba describiendo. De hecho me acuerdo perfectamente. Por el contorno de su cara, sus cejas relucientes y rubias, donde brillaba el sol compartiendo el brillo con su melena también rubia y no sucia, deduje que su nombre era el de Cristina y su edad rondaba la mía, un año más, un año menos. De hecho, hacerte en todo. La verdad es que después de unos años se lo conté y no se lo creía si quiera, sigue sin creerme.
- Muchacho, se dice gracias, ¿no crees? –dijo de manera desafiante. La verdad es que
pensé en contestarle de manera también desafiante como si en un combate, pero me reduje y le pedí por favor que me perdonara y que aceptara mis disculpas. De hecho las acepto. Y sin que ella lo supiera, había caído muy bajo.
Caminemos hasta el banco más cercano, lo cierto es que estaba inmensamente cansado y creo que ella tenía muchas más ganas de seguir caminando que yo de sentarme, pero estaba cansado de seguirla de un lado al otro como un perro sabueso. Viendo, ahora sí, como su melena se balanceaba al son de sus pasos.
A sí que lo primero que hice fue estirarme en el banco. Ya que todo mi cuerpo no cavia, la cabeza quedaba colgando del banco, estaba demasiado cansado como para fijarme en mi aspecto. Me produjo una emoción de tristeza muy grande -es posible que fuera por la concentración de sangre en la cabeza- de hecho me dolía bastante.
De inmediato me coloqué correctamente. Para que no se notara que me dolía mucho la cabeza me cubrí la cara como si me estuviera peinando. Pero el plan no funciono a la perfección. La verdad, es que se acerco a mí, y otra vez, en un leve susurro me preguntó si me encontraba mal y si era así que me pasaba. Tras pensármelo le contesté que no era nada, tan solo un breve dolor de cabeza, nada más.
- Pau, ¿seguro?
Creo que mi contestación no se la creyó para nada. Tarde demasiado en contestar, me lo estaba pensando muchísimo, no me salían palabras adecuadas para poder explicarle como me encontraba sin tener que hacerle un lio en cabeza como el que yo tenía.
- Veras, es como… como, un dolor muy grande en la cabeza, pero no es una enfermedad es producido por un sueño que tengo.
- ¿Un sueño? –dijo sorprendida.
- Si, como un deseo que quiero que se haga realidad–dije. La verdad es que se lo intenté
explicar de la manera más simple pero es imposible. De hecho creo que la asusté.
- ¿De qué se trata ese sueño?
- Por favor, no me tomes como un loco –le supliqué. Espere unos minutos a ver si decía
algo o se volvía atrás, pero su rostro tan solo reflejaba ilusión y curiosidad.
- Deseo vivir solo –le confesé por fin.
- ¿Independizarte? Creo que eres demasiado pequeño como para vivir solo en una casa, la dejarías echa una porquería , ¿no crees?–dijo mientras se reía. Su rostro ya no
reflejaba curiosidad, si no que una sonrisa espectacular.
- ¡No, no me refiero a eso!
- Me estas asustando –dijo. De hecho tenía razón, si yo hubiera estado en su caso,
hubiera salido corriendo e incluso le hubiera denunciado por loco. Me sorprendía bastante.
- Quiero que nadie viva en este mundo, tan solo yo. Vivir solo. Hacer lo que yo quiera. Vivir como yo quiera. Pasearme desnudo, corriendo, chillando por la calles, robando, conduciendo, volando a distintos países, haciendo lo que yo quisiera. Y como quiera. ¿Sería el paraíso no crees? –dije
- La verdad es que sería lo mejor del mundo.
- Si, ojala fuera real. Pero es imposible. –le dije cabizbajo.
- Eso es lo que tú te crees.
- ¿Qué quieres decir? –le pregunté muy sorprendido.
- Lo que oyes, ¿realmente lo has intentado?
- No, la verdad es que no, pero… ¡es inútil, es de tontos! –le dije cada vez más sorprendido.
- Realmente si lo piensas no es una tontería, a si que no es de tontos.
- Ya pero las probabilidades de que…
- ¡Calla y haz lo que yo te diga! –me ordeno interrumpiéndome.
Cada vez esta chica me gustaba más y más, la veía más y más guapa cada vez que pronunciaba una sola palabra. Cada vez que la veía se le reflejaba más y más el sol en su espectacular cabello.
- Cierra los ojos. –me ordeno. Yo los cerré de inmediato. Sabia de sobra que no iba a
funcionar pero… esa chica me gustaba demasiado.
- Piensa en lo que verdaderamente deseas. Imagínatelo y piensa que lo estás viviendo, que estas solo en el mundo.
Es un tontería le dije, pero ella me obligo a hacerlo.
- Cuando abras los ojos todos los que no tengan los ojos cerrados y estén deseando lo mismo que tu, desaparecerán sin más. –me dijo asustada, por una pequeña posibilidad de que sucediera
- ¡Espera! –grité. ¡Ciérralos tu también!
- ¿Yo?
- Si, ¡tú!. No quiero que lo único que deseo en este mundo se me vaya sin más. –le confesé
Abrí un poco los ojos para ver si los cerraba y los volví a cerrar en segundos. Me ordeno que contara hasta diez para que el deseo se cumpliera, a si que los dos a la vez contemos hasta por fin abrirlos.
Aún recuerdo los 10 segundos más espectaculares en abrir los ojos de toda mi vida. Abrazados, uno al otro, observemos el paraíso. Todo había cambiado y nada era como antes. Estábamos solos y en medio de una gran selva, el mundo entero se había convertido en un paraíso para nosotros dos solos.

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