domingo, 27 de marzo de 2011

Trescientos cincuenta y cinco lunares

Poseo un abrigo con trescientos cincuenta y cinco lunares. Es tan y tan simple que forma parte de mi cuerpo; ¡si!, aquel que se compone por tres cientos y cinco lunares. En cambio, ella pose un cabello de primavera, tan y tan luminoso, tan y tan llamativo que aquel famoso Sol, el altísimo Sol, ¡aquel que sin él estaríamos perdidos! Queda por varias razones deslumbrado. ¿Debemos elevar hasta el espacio aquel cabello para que nos ilumine a todos? Creerme si os digo que son estos lunares los que me guían sobre tu cabello ardiente. Creerme si os digo que he elevado a aquella señora encima de mis hombros hasta el espeso espacio, para vosotros. ¡Podéis iluminaros gracias a ella! ¡Gracias a mi! ¡No oigo vuestras plegarias, acaso carecéis de dientes, acaso asomáis vuestras cabezas al mundo como pequeños infantes! A mi abrigo, que es al que le sobran los lunares; mi piel ¡es él el único que no carece de nada! Mi cabeza que es a la que le sobran las razones, confesadme si hay alguna explicación; son por mis lunares, o por tu cabello; ¿Por qué beso algo vuestro tan ardiente, tan y tan largo, -algo que no podré acabar nunca- acaso es gracias a lo que poseo el hecho de no quemarme y enamorarme?

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