lunes, 5 de marzo de 2012

astuto cielo

A escasos centímetros unos revolucionados ojos verdes acompañados por una inagotable dorada melena. Si no hubiera sido por mi incansable valentía mis pasos ni si quiera se habría movido, pero no fue así, ocurrió como si dentro de mi se llevara a cabo la más irresistible maquina de vapor, conduciéndome de izquierda a derecha. Palpitando mi corazón, como un hipócrita, enjaulado y enamorado. En ese momento se hizo más larga su melena y más verdes sus ojos. Más larga su sonrisa y más débil mi corazón. Arrasando como una agresiva carnívora todo lo que se encontrarse a su paso, haciéndolo más débil para ella. Lo recuerdo, la lluvia transparente corría a una excelente velocidad por el aire, lamentablemente se estrellaba cada gota, lo antes posible contra su malvada tierra, como una estupida competición. Nos envolvía un valeroso hedor a invierno, continuamente frío y áspero pero incluso calido y romántico en momentos oportunos, suavizaba todo lo que me rodeaba. La mire con locura, como si con esa mirada sus ojos pudieran ser míos. Aún no había hablado con ella y ya echaba de menos su melodía. Su voz la sentía mía, la añoraba como parte de mi cuerpo. Es cierto soy egoísta, ni la conocía y ya quería hacer de su perfume algo eterno. De su sonrisa algo mágico y de su cabello algo más poderoso que el Sol, no viviría sin su cabello. Largo, intenso, denso, inacabable para mis besos. Una voz silenciosa irreconocible enmudecía mis oídos. Sus ojos, su sonrisa los haría eternos. Créeme si os digo, que no estoy loco por algo inusual, sino por un simple amor, el amor del Sol hacia la Luna o del cielo a las estrellas. ¡Es cierto lo que dicen! Tus ojos también brillan como el Sol de día, como la Luna valiente de noche. Como el cielo intenso, con millones de ojos denominados estrellas. ¡Bah! Que no nos engañen los infantes pueblerinos; el cielo, el firmamento, el edén de encima de nuestros cerebros, aquel que posee el famoso paraíso, no son estrellas, ¡no Señor!, ¡yo a ti mi Amada te lo digo, para que no caigas en sus redes de hipocresía astuta! Son simplemente ojos relucientes de otras muchas mujeres que se acercan débilmente a ti y poseen también hermosos ojos brillantes. Aquello que observamos es solamente el reflejo que de la tierra reluce hasta el cielo. No dormiré, ni cerraré mis pobres ojos ni descansaré mi cuerpo, hasta encontrar el hermoso y gran reflejo de tus bellos ojos en este astuto cielo.

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